Siempre es por lo menos curioso, para quienes hemos visto una buena cantidad de óperas -muchas en distintas versiones-, ir al descubrimiento de esas perlas que nunca se dan, que son rareza por la ausencia en la programación, quizá por la creencia, o la certeza, de que no convocan público. Justamente algo de esto último pasó con Oberto, Conte di San Bonifacio, de Giuseppe Verdi, con régie de Adriana Segal. Encontré una sala por la mitad. Aun para los amantes, parecería no haber curiosidad. Y lamento decirles lo que se han perdido.
Es indudable que en ésta, su primera ópera, Giuseppe Verdi ya experimentaba con sonidos, tonalidades y melodías que luego usaría en sus obras más reconocidas. Se notan la influencia recibida -Rossini y otros- y también lo que el compositor deja como un exquisito legado. Con un relato que apasiona, se suceden una serie increíble de gozosos momentos corales, junto a cuartetos, tríos, dúos y arias, combinados con maestría y pensados para que todos se luzcan.